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lunes, 14 de mayo de 2012

91.

Era una noche oscura y fría. Daniel bebía un café sentado en su sillón favorito en la sala de estudio de su casa. Su familia dormía, mientras él reflexionaba sobre muchas cosas, tantas, que perdió la noción del tiempo. Eran las tres de la mañana, llevó su taza vacía al lavaplatos, y abrió el refrigerador para prepararse algo de comer. Cuando cerró la puerta, vio junto a él a una figura muy conocida, pero nada apreciada… ¡era la muerte! La espectral imagen le arrebató el sueño en un instante, lo miró fijamente y le dijo con voz tenue: - ¿Sabes a qué he venido? El asintió con la cabeza y dijo: - Sí, lo sé, ya es mi hora. Confundida, la muerte preguntó a su víctima: ¿No vas a llorar? ¡Todos lo hacen! se arrodillan, suplican, juran que serán mejores, ruegan por otra oportunidad; mientras que tú, aceptas mi llegada con resignación. Temeroso aún y con un nudo en la garganta, Daniel respondió: - ¿De qué serviría? Nunca me darás otra oportunidad, tú solo haces tu trabajo. - Tienes razón, yo solo hago mi trabajo. - ¿Puedo despedirme de mi familia? preguntó Daniel con la ligera esperanza de recibir un sí. - Tú has dicho que solo hago mi trabajo, yo no decido la hora ni el lugar, mucho menos los detalles. - Lo siento… dijo Daniel. - No tienes que disculparte, poca gente piensa en su familia mientras está en vida pero al llegar este momento, todos piden lo mismo. - No lo entiendes, dijo Daniel con tono de reproche, yo perdí a mi padre cuando tenía 15 años, y mi sufrimiento fue grande… pero mi hija menor tiene tan solo 4, déjame decirle que la amo. - Tuviste 4 años para decírselo, tuviste muchos días libres, muchos cumpleaños, fiestas, y otros momentos en que pudiste decirle a tu hija que la amas… pero ¿Por qué sólo pensaste en tu hija? - Mi hijo mayor no me creería, y mi esposa, bueno… a ella no creo que le interese si la amo o no. Nos hemos distanciado mucho. Pero mi niña, no hay día que entre por la puerta y no esté ahí para recibirme con un beso. - Deja de hablar, se hace tarde - lo interrumpió la Muerte. Pero… está bien ¿sabes? este momento hace que mucha gente haga conciencia de cómo vivió su vida. Lástima que lo hagan demasiado tarde. Ambos salieron de la casa, un extraño tren aguardaba en la calle y lo abordaron. - No todo es aburrido en el estado de muerte, no puedo decirte lo que pasará al llegar, pero te propongo que juguemos una partida de Ajedrez “para matar el tiempo”. Con sonrisa, y una lágrima Daniel le dijo: - ¡Qué curioso! creí que no tenías sentido del humor… El juego se inició. Daniel no se calmaba aunque comenzó ganando, consiguió un alfil y un caballo. Pero era obvio que eso no lo alegraba. La Muerte le preguntó: - ¿A qué te dedicabas en vida? - Soy… es decir, era un simple empleado en una fábrica de calzado. - ¿Obrero? - No, trabajaba en la administración. - ¡Ah! Supongo que te encargabas de ver si faltaba algún producto, o dinero. - Sí, en parte así era. - Hay algo que no entiendo … - ¿Qué es lo que no entiendes? - ¿Por qué ustedes teniendo tantas cosas buenas por hacer, se encierran en el trabajo, se olvidan de los sentimientos, no les importan los demás, se vuelven egoístas y violentos, pero cuando los visito yo, demuestran ternura, humildad, tristeza, miedo, e incluso lloran? ¿Por qué esperan a que llegue yo, si ya nada pueden hacer? - No lo sé respondió Daniel. - En cambio, yo soy un simple “peón”, haciendo lo que debo hacer y nada más. Mientras ustedes son dueños de su propia vida, capaces de decidir qué harán con ella ¿y para qué? si su decisión más común es desperdiciarla viviendo sin manifestar cariño y amor. - Te creí más cruel, comentó Daniel - ¡Nada es lo que parece! El silencio reinó por unos instantes mientras Daniel ponía en jaque a la muerte. - Dime… ¿qué pensabas cuando te casaste? - Pensaba en ser feliz, en formar una linda familia, en formar parte de la alta sociedad. - ¿Y lo lograste? - Es broma ¿verdad? Me encontraste solo en la cocina, durante la madrugada, y te pedí despedirme de mi hija. Es obvio que no lo hice. Si hubiese mostrado más amor a mi familia, la solicitud de despedirme no hubiera sido necesaria. Ya las lágrimas se habían secado del rostro de Daniel y de pronto exclamó suavemente: “¡Jaque Mate!” La muerte sonrió y dijo: “¡Felicidades!” Daniel suspiró y respondió: - Es una pena que no sirva de nada. No me importaba ganar, de todos modos ya estoy aquí. Un simple juego de ajedrez no aleja mi mente de mi familia, mis hijos, mi esposa. Las lágrimas brotaron de nuevo en el rostro de Daniel y se lo cubrió con ambas manos. Mientras él sollozaba, la Muerte exclamó: “¡Llegamos!” Daniel intentó calmarse, pero al abrir los ojos estaba de nuevo en su viejo sillón. Eran las 6:45 de la mañana, y en lugar de gritar ¡estoy vivo! Como lo haría cualquier otro, salió al patio y dijo con voz tenue: “Gracias Dios mío” Luego, entró a la habitación de su hija y la besó, a la de su esposa e hizo lo mismo. Entró al cuarto donde dormía su hijo mayor, le hizo cosquillas en los pies, y le dijo: - Hijo despierta ¡es Domingo! - ¿Papá, me despiertas para decirme que es Domingo? - No hijito, no dormí, los desperté para decirles que los amo. - Ya viejo, ven, échate un rato a mi lado. Y después de muchos años, ambos se durmieron abrazados. No juguemos esa partida de ajedrez, abracémonos ahora.

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