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domingo, 9 de diciembre de 2012

267.

Me encontraba de pie enfrente a algo que parecía un espejo. Físicamente estaba allí, pero mentalmente moría en melancolía. Bueno, melancolía y un extraño mareo seguido de unas nauseas horribles. No lloraba, es más, me reía. Me reía de mi, de todo lo que había hecho y de como había hundido mi vida de tal manera que, no sabía salir de aquel abismo. Me vi obligada a tirarme en el suelo porque sentía como todo se tambaleaba. Allí estaba, sobre mi abrigo, pero tampoco comencé a llorar. Grité. Como nunca, pidiéndole al aire el derecho de que las cosas fueran a mejor, sabiendo que no iba a obtener respuesta. Y así fue, silencio. Me puse los cascos, busqué alguna canción triste y cuando sentí que estaba mejor, huí. Salí corriendo de aquel baño y entré en la primera cafetería que vi vacía. Recuerdo aquel café con leche que pedí, lo caliente que estaba y lo mucho que ayudo a mi mente a centrarse. Cuando salí de ahí me pregunté cual sería mi próxima parada y recordé que el Opencor estaría abierto y así podría coger otro café, de estos fríos. Y así fue, yo con mi sudadera negra, en un banco, tomándome ese café, me di cuenta de que todavía estaba viva, de que no podía rendirme como había pensado anteriores veces. Que lo mío era eso de vivir dos días, morir y resucitar al siguiente. Morir y resucitar y comenzar a aprender a ser fuerte, señores.

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