Seguidores:

martes, 29 de julio de 2014

330.


Me encierro en ese sentimiento de angustia cada vez que tengo ocasión y no comprendo porque sus vibraciones me atraen tanto hacia él. Pero arrastro consigo todo lo que puedo llevarme al paso. Quiero más, quiero más de ese sentimiento de agonía y sé como adquirir más. Sé que palabras usar, cómo hacer daño y que luego me lo hagan a mi. Y no entiendo, no entiendo porque mi alma se engancha más a este sentimiento que a la mismísima felicidad.
Y luego llego a la plenitud en la agonía, cuando no puedo parar de llorar, cuando soy consciente de que esto ha sido por mi culpa. Que soy consciente del poder de un par de palabras mal dichas, cuando soy consciente de todo lo que podría llegar a obtener.
Y esas lágrimas son ácidas, hacen quebrar a mi corazón, o a mi alma, o lo que sea que se quiebre cada vez que esa presión, ese dolor se ciñe en mi cabeza. Me siento en una cárcel dónde yo soy la que enlaza mis manos con unas esposas para más tarde lamentarme por tenerlas puestas.
Y odio el mundo, me odio a mi, odio el amor, todos esos sentimientos que nos hacen depender de otras personas. Odio recordarte en cada lágrima o cada vez que estoy borracha y susurrar que tú eres el único que algún pude llegar a querer. Y lo odio, odio ver como sigo mintiéndome a mi misma, como no encuentro ni una sola respuesta que me ayude a encontrar lo que realmente siento.
Odio ver tu cara cada que le miro a él, odio ver tus palabras saliendo de sus labios. Te odio por haberme convertido en lo que soy. Te odio porque me sentiría una hipócrita diciendo que te quiero, que a pesar de los años que han pasado, te quiero, aunque sea esa la verdad.


Una cita bonita sería insuficiente para este escrito en el que he vuelto a hablar de ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario