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miércoles, 21 de noviembre de 2012

262.

Bajaba por las frías escaleras como acostumbraba a hacer todos los días, a no ser que decidiera no ir a clase. Siempre esperaba ansiosa que tocase el timbre aún pasándolo bien en clase. Siempre salía la primera en clase para llegar antes que nadie abajo y así poder cruzarme contigo. Siempre te miraba disimuladamente para que no creyeses que todavía me importabas. Siempre, siempre y más siempre. Eso solo consiguió crear en mi un sentimiento de rabia hacia esa palabra. Hacia el hecho de que no hay nada que dure para siempre. Las canciones se terminan aún poniéndolas una y otra vez, ya que la batería se acaba. El morbo se acaba. Las lágrimas hacen paso al cansancio. Hoy salí a la calle y note la brisa en la cara. La brisa de un nuevo día no, eso sabía que no era posible, sabía que todavía me quedaban cosas por atar para poder sentirme bien de nuevo. Era la brisa de que las cosas que tanto me han hecho sufrir e incluso sonreír estos meses, este último año, se han ido para dar paso a cosas nuevas que debo de descubrir. Que debo de buscar y dar valor. Que debo construir. Que no debo destrozar, que no debo permitir que me hagan daño. De cosas nuevas que también se irán pero que todavía tienen que pasar por mi vida. Y mientras espero, tengo miedo, miedo de que lo que venga me haga daño. Miedo de no saber ser feliz.

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