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domingo, 10 de junio de 2012

169.

Hubo una vez que hice un viaje. Era pequeña pero lo recuerdo. Había ido a visitar a mi hermano que vivía en otra ciudad debido a la estupidez de mi padre ante las situaciones difíciles. Había ido a conocer mundo, a probar suerte, a encontrar la esencia pérdida entre años de incansables esfuerzos de mis padres de intentar controlar su vida. Él me mostró como había conseguido que mis padres no le quitasen de los sueños que todavía disponía. Él dijo que nunca se había rendido. Que había encontrado muchos obstáculos pero seguía fijo en la idea de encontrar un día la felicidad ansiada llevando a cabo la vida tal y como él deseaba. Yo era pequeña pero rebelde y entendía cada una de las palabras que mi hermano pronunciaba, cambiando las ideas con las que me habían educado mis padres. Trabajo bueno, familia estable y posesión de dinero por problemas futuros. Cuando volvimos a casa, empecé a llevarme más con mi hermano, e hice la promesa de luchar por aquello que consideraba que me haría feliz a pesar de que no fuese estable, lo hice gracias a él, por y para mí.

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